Fotos y Relato de Hernán Núñez Cristi
Edición de Francisca Ramírez Ibarra
Expedición: Hernán Núñez Cristi – Eduardo Muñoz Azócar
Durante la extensa cuarentena, mi forma de estar cerca de las montañas fueron los libros. Historias, relatos, cuentos y biografías alimentaron mis ansias de salir a explorar e implantaron en mi imaginación aventuras de todo tipo que estaba decidido a hacer realidad.
Fue en este afán de llevar mi mente hacia donde mis pies no podían ir, que llegó a mis manos el relato del primer ascenso registrado al cerro Marmolejo (6.108 msnm), ubicado en el Cajón del Maipo, Región Metropolitana, realizado por allá en 1928 – ¡sí, 1928!- y aluciné.
Herman Sattler, Sebastián Kruckel y Albrecht Maass con chaquetas de lana y apenas comiendo unos queques, huevos y algunos sorbos de té, caminaron casi 40 horas sin descanso para lograr su objetivo.
Cuentan que don José María Castillo de Melocotón, el arriero que los acompañó, les advirtió antes de iniciar la travesía: “El que va a subir ahí no nació todavía”. Y el pronóstico fue errado. Los tres alcanzaron la cumbre e inscribieron su logro en la historia del montañismo nacional.
Este relato encendió el llamado de la montaña en mí, uno que estaba algo debilitado luego de una fallida expedición al también renombrado volcán Llullaillaco (6.739 msnm) por innumerables problemas logísticos y mecánicos de los vehículos.
Siempre he sido admirador del espíritu de los viejos andinistas, esos que se lanzaban a explorar lugares indómitos, lejanos y peligrosos, dispuestos a luchar contra la naturaleza a mano limpia, de igual a igual, de una manera justa, pero brava.
Esos que con equipamiento rudimentario sacrificaban familia, recursos y gran parte de sus días, por ir allá lejos a satisfacer sus necesidades de aventura.
Luego de extender la invitación a mis amigos de montaña, la única respuesta positiva fue de mi amigo Eduardo Muñoz, el “maestro”, como le digo por el profundo respeto que le tengo y por tantas enseñanzas.
Quizás los más de 25 años que nos separan han forjado una relación paternal.
Partimos el cuatro de diciembre de 2021 y la idea sería utilizar como día de bajada el ocho del mismo mes (feriado en Chile). Contactamos a Pablo, un conocido arriero del Cabrerio para llevar nuestras cosas hasta el campamento base.
Salimos de Santiago el día viernes luego de terminar nuestra jornada laboral. Mientras avanzábamos revisamos el resumen de final de año que realiza Spotify y me sorprendí con la faceta romántica de Eduardo.
Pasamos a comprar los últimos alimentos antes de llegar al Cabrerío, donde nos recibió una brisa agradable que nos invitó a comer al aire libre. Pasamos la noche en un viejo establo, el refugio ideal para un buen descanso.
Al otro día se nos uniría Patricio Lillo, amigo del Club Andino Puente Alto (CAPA), cuyo objetivo sería dormir en algún campamento alto y así aclimatar para posteriores desafíos.
Nos despertamos temprano. Me enteré ahí que Patricio había llegado a mitad de la noche pero en mi profundo sueño no lo sentí.
Guardamos nuestro campamento improvisado y preparamos las mochilas para subirlas al lomo de la mula. Nos quedamos con mochilas de marcha con abrigo, comida y los “por si acaso” respectivos.
Partimos en una mañana soleada y calurosa, típica de diciembre en esta zona cordillerana, aunque los cambios son abruptos y es mejor prevenir.
Acompañado se llega más lejos
Partiendo hacia nuestro destino, recordamos con Eduardo que en esa misma fecha, pero un año antes, subimos el volcán San José (5.856 msnm), vecino más cercano al Marmolejo.
En aquella expedición, intentamos hacer ambas cumbres, por la ruta del portezuelo que une ambas montañas, pero las condiciones climáticas no lo permitieron, por lo que solo miramos con ansias el Marmolejo y alcanzamos la cumbre del San José.
Descargué en mi celular el primer relato para leerlo en nuestros puntos de descanso e ir reconociendo aquellos lugares tan magníficamente descritos y así poder poder identificar los puntos fotografiados, además de comparar otros textos e imágenes recientes.
Cruzamos por el Valle de la Engorda que presentaba cambios en los caudales respecto a la última vez que lo visitamos, lo que nos extrañó bastante; incluso encontramos construcciones que contrastaban con la belleza natural del lugar.
Enfilamos hacia el norte, hasta entrar por una sinuosa y pedregosa ruta. Disfrutamos el camino, con algunas paradas para comer algo y mirar el entorno, un ambiente sinuoso y pedregoso que encausa al estero Marmolejo.
Ahí comenzamos a entender el apelativo de “muy, muy lejos” que recibe este cerro, ya que para llegar al campamento base es necesario recorrer unos considerables 15 kms.
Cruzamos el estero del en varias ocasiones, aunque sin complejidades.
El día estuvo ideal, soplaba algo de viento que secaba el sudor y nos mantenía frescos.
Luego de varias horas, vimos el final del valle, lugar que nos serviría de campamento base y, a la vez, comenzamos a ver la fuerte pendiente que tendríamos que subir al día siguiente, lo que sin duda nos generó algo de ansiedad.
Campamento Base del Marmolejo (3.600 msnm)
Llegamos con más hambre que ganas de armar el campamento, así que lo primero fue cocinar. El menú consistió en ñoquis con salsa y unos pasteles de mil hojas que sirvieron de postre; lujo permitido por transportar parte de nuestro equipo en mula, de otra manera, el almuerzo hubiese sido más humilde.
Luego de descansar unos momentos, mirando las montañas y tomando té sobre las rocas, buscamos un lugar para armar nuestras carpas.
Pablo, que había almorzado con nosotros y ya con sus animales descansados, emprendió el regreso no sin antes desearnos suerte y de darnos algunas recomendaciones sobre el lugar.
Nosotros continuamos descansando y tomando té sobre las rocas mientras lo observábamos desaparecer entre las montañas.
Nos fuimos a dormir en una noche calma, con escaso viento y un silencio absoluto. No tengo claridad de cuánto tiempo pasó, pero desperté abruptamente por un fuerte sonido de desprendimiento de piedras, según yo, muy cercano a nosotros.
Eduardo también despertó, algo dormidos, abrimos la carpa y no pudimos identificar mucho, salvo algo de tierra que se levantó. Le hablamos a Patricio para saber si estaba bien, a lo que respondió que sí.
Preferimos pensar positivo y asumir que estábamos lejos del peligro y continuamos durmiendo.
Acumulando desnivel
Nos levantamos temprano para preparar nuestro equipo y continuar hacia los campamentos superiores. La meta era saltarnos el campamento intermedio que habitualmente se hace a los 4.250 msnm, para intentar llegar al de 4.900 msnm durante el segundo día y así acortar la expedición.
Luego de tomar un contundente desayuno, llenamos nuestros termos con té y desarmamos el campamento sin tanta premura. Guardamos algunas cosas en unas bolsas secas en las inmediaciones de nuestro campamento y dejamos algo de comida y combustible “en caso de”.
Última revisión de todo y emprendimos la marcha por el largo y sombrío camino que nos acercaba poco a poco a nuestro objetivo, por una huella en partes poco clara y bastante erosionada que nos llevó a caminar con cautela.
Durante unos momentos, perdimos contacto visual con Patricio, lo que nos puso en alerta y esperamos por él hasta que por radio nos informó que su carpa se descolgó de la mochila y que no podría continuar.
Decidió retornar al campamento y, según supimos a nuestra vuelta, ese mismo día emprendió regreso a San José del Maipo.
Lamentamos que Patricio no pudiese acompañarnos y luego de desearle un buen retorno por radio, continuamos nuestro camino.
En el camino, Pablo, el arriero, nos dijo que días antes, acercó al campamento a dos montañistas más, así que sabíamos que nos encontraríamos con compañía mientras seguimos avanzando y quizás podríamos tener información del camino hacia la cumbre si ellos ya habían ido.
El camino era claro, salvo algunas partes rocosas y de cierta complejidad. Mientras miraba hacia la cumbre vi a dos personas, aunque me extrañó que fuesen los montañistas que nos comentó Pablo, porque creíamos que estarían más arriba.
Eduardo se demoró en identificarlos, pero nos alegramos de ver más gente en la montaña y continuamos avanzando por una ruta bastante empinada que nos hacía sentir con intensidad los cerca de 25 kilogramos que pesaba cada mochila.
Salimos de este punto, y decidimos tomar un descanso para comer algunas barritas y pulpas de frutas.
Nos dimos ánimo y salimos a enfrentar lo que según nuestro GPS, sería el último tramo antes de llegar al campamento alto. Seguimos en nuestra formación tradicional, Eduardo llevando el ritmo y yo de segundo hombre mirando las condiciones de la ruta.
Revisé nuevamente el GPS para no tener dudas y según los cálculos, al salir de una zona sin visual panorámica, ya estaríamos en el anhelado campamento. Avanzamos a paso firme y vimos a los dos montañistas que amistosamente levantaban los brazos y aplaudían a la distancia.
En tono de broma, Eduardo me dice que no paremos para no quedar mal y vernos fuertes, asentí luego de esbozar una sonrisa picaresca.
Al ver las pircas, chocamos nuestros puños y dejamos las mochilas para ir a saludar a quienes nos esperaban.
Eran Rodrigo y Juan Manuel, que habían realizado un campamento a los 4.250 msnm y en paralelo a nosotros llegaron al campamento alto, por lo que ambas cordadas intentaríamos ir a la cumbre al día siguiente.
Luego de conversar un rato y de compartir nuestros planes, armamos nuestro campamento y cocinamos. El esfuerzo del día merecía ser premiado.
Armamos nuestro campamento con una hermosa vista. El día estaba despejado, a lo lejos visualizamos la cumbre y el extenso campo de nieve, hielo y penitentes que deberíamos sortear si queríamos acceder a ella.
Comimos en abundancia y descansamos mientras nos cambiamos los calcetines húmedos. Antes de que el sol se escondiera, fuimos por agua a un pequeño deshielo cercano al campamento y llenamos todos nuestros recipientes para la noche, el desayuno y para el largo día de caminata hacia nuestro intento de cumbre.
Aprovechamos además de conversar otro momento con nuestros vecinos, quienes nos entregaron el dial de sus radios para estar comunicados y nos indicaron que saldríamos a las 3:00 am a intentar la cumbre.
A medida que el sol se escondía tras las montañas la temperatura comenzó a descender, pero no sin antes mirar nuestro objetivo del día siguiente que reflejaba la luz del atardecer. Comimos algo más, ordenamos nuestras cosas y nos fuimos a dormir.
No hay atajos hacia la cumbre
Despertamos con la segunda alarma a las 2:30 am, cuando nuestro termómetro marcaba -5° C dentro de la carpa. Antes de levantarnos nos quedamos en un momento en silencio, un ritual habitual antes de cada intento de cumbre. ¿Pensamos en algo? No lo tengo claro.
Quizás en lo que nos espera, quizás buscamos entender porqué estamos ahí o quizás es miedo a no saber que enfrentaremos. Después de algunos minutos con la mirada perdida en el techo de la carpa, decidí moverme y comenzar a hervir agua para el desayuno. Eduardo solo comió un pan y guardó el otro en su chaqueta “para el camino”, yo cumplí mi cuota de dos como indica la tradición.
Intentamos comunicarnos por radio con Rodrigo y Juan Manuel, pero no tuvimos éxito, así que asumimos que ya habían salido. Hicimos una última revisión del equipo y salimos de la carpa faltando 15 minutos para las 4:00 am.
Nos pusimos los crampones, hicimos los últimos ajustes a las mochilas, encendimos nuestras linternas sobre los cascos y comenzamos a caminar.
Luego de unos 30 minutos, vimos dos luces a lo lejos y seguimos el mismo rumbo que ellas intentando identificar sus huellas. El camino tenía tramos de fácil andar y otros donde los penitentes alcanzaban mayor profundidad,sin embargo, para fortuna nuestra, no divisamos grietas, o quizás pasamos sobre ellas sin darnos cuenta.
Al alcanzar a Rodrigo, nos saludamos y decidimos ir con él. Juan Manuel iba un poco más adelante. Ambos ya conocían parte del cerro y sabían por dónde ir, aunque no habían logrado llegar a la cumbre en sus intentos previos.
Me quedé atrás en algunos momentos sacando fotos y corroborando nuestro trayecto con el GPS. Me impresionó lo certero de Juan Manuel, iba exactamente por la misma ruta que teníamos marcada, noté que había realizado un estudio de la misma.
Comenzó a amanecer y se nos aparecieron hermosos colores mientras esperábamos ansiosos que los primeros rayos de sol cayeran sobre nosotros.
El camino comenzó a presentar algunas grietas, pero consideramos que podíamos sortearlas sin ir unidos por la cuerda. Esto implicó buscar una ruta que no necesariamente es la más corta. Comenzamos a ir hacia el norte, explorando las mejores condiciones del camino.
Me adelanté un poco para hacer algunas fotos del amanecer y al voltearme vi a Eduardo con Rodrigo avanzando ante el reflejo del sol, que cubría por completo el horizonte. No pude evitar sacar mi cámara y retratar el momento.
Casi no había viento, las condiciones eran ideales. Nos deteníamos solo para observar el camino y para esperarnos. No era buena idea separarnos en ese terreno.
En medio de ese escenario donde es fácil abstraerse de la realidad, Rodrigo recordó a su padre recientemente fallecido, lo que sin duda nos tocó en lo más profundo. Eduardo lo abrazó y comulgamos en un hermoso momento de camaradería intentando honrar su memoria en lo alto, cerca de él.
Entiendo el sentimiento, estando en las alturas he sentido que de alguna manera logro algo de cercanía con aquellos que ya no están.
Continuamos avanzando por un último tramo lleno de penitentes que se resquebrajan al pasar y algunas grietas comenzaron a divisarse. Sabíamos que ese era el último esfuerzo para salir de la zona glaciar, aunque no pude dejar de pensar en lo compleja que sería la vuelta.
Al salir de esta área accedimos a una más segura cubierta de tierra, donde nos detuvimos a comer algo, tomar té y sencillamente a disfrutar el entorno que el Marmolejo nos ofrecía. Miramos hacia la cumbre y concordamos en que se veía muy cerca, pero el GPS nos sorprendió anunciando que estábamos recién a 5.400 msnm.
En este punto con Eduardo nos adelantamos un poco, pero siempre manteniendo contacto visual. Si bien, con Rodrigo y Juan Manuel nos habíamos conocido el día anterior, los momentos vividos hacían que cuidáramos unos de otros.
Luego de al menos una hora de paso constante, paramos a comer algo. Nos sentamos y miramos en dirección a nuestros amigos, mientras disfrutábamos de chocolates, galletas y té. Revisamos el GPS y vimos que nos quedaba poco, solo un último tramo de hielo/nieve que atravesar, lo que nos entusiasmó. Luego de unos minutos, continuamos el rumbo.
6.108 metros sobre el nivel del mar.
Decidimos no bordear el último tramo de nieve y hacer un traverse que nos llevaría algo más directo hasta nuestro objetivo. Caminamos con la ansiedad de estar cerca de la cumbre. Me adelanté levemente buscando la ruta, pero no lograba divisar indicios de la cima, hasta que miré hacia el norte y vi el clásico monolito.
Le hice gestos con los brazos a Eduardo para indicarle que ya estábamos cerca y que siguiera directo por el camino que llevaba.
Al llegar a la cumbre traté de buscar vestigios de otras expediciones, pero no encontré caja de cumbre ni otros objetos más allá de un montón de piedras que indicaban que estábamos en lo más alto. Miré hacia atrás y fotografié a Eduardo que venía acercándose.
Lo esperé y nos abrazamos. Una cumbre más juntos, otra historia para las noches de carpa, otras vistas maravillosas que compartimos.
Recorrimos el lugar mirando hacia todos lados para intentar no perdernos ningún detalle de lo que nos rodeaba. Miramos hacia el volcán San José y recordamos que exactamente hace un año estábamos ahí.
Tomé varias fotos, especialmente hacia el lado de Argentina, que me pareció de una belleza conmovedora, además de grabar algunos videos de las panorámicas y un mensaje por el Inreach a los amigos que nos están siguiendo en esta aventura y a mi hermano; lo mismo hizo Eduardo con sus hijos.
Nos sentamos a descansar y a contemplar. El día era perfecto y logré abstraerme de la necesidad de bajar. Solo me concentré en cada sensación del momento, en el calor de las piedras, en el viento en mi cara, en mis pestañas congeladas, en el vapor del té, en el sonido del viento.
Vi que se acercaban Rodrigo y Juan Manuel, por lo que me puse de pie y grabé su llegada a la cumbre. Me puso contento compartir ese momento con ellos y sé que Eduardo también, quien los recibió con un abrazo y una taza de té caliente.
Compartimos por varios minutos y pensé en la felicidad de Rodrigo al cumplir su deseo de honrar a su padre con esta cumbre, sin dejar de meditar sobre mi propio padre.
Traté de honrarlo de la misma manera desde las alturas, aunque creo que él no encontraría nada útil en eso. Tantas elucubraciones me causaron una sonrisa que me devolvió a la realidad.
Tomamos las últimas fotos antes de descender, temíamos que el sol pudiese derretir algunos tramos por donde pasamos y hacer más complejo el retorno. Últimas fotografías del grupo, preparamos nuestras cosas y comenzamos a bajar.
La cumbre es la mitad del camino
Comenzamos a descender y con Eduardo nos adelantamos un poco. Nos abrimos un poco más al norte de la ruta de bajada para evitar los primeros tramos con nieve y hielo. Llegamos al último tramo de tierra antes de entrar en el hielo y tomamos un descanso que aprovechamos para esperar a Juan Manuel y a Rodrigo.
Una vez que llegaron nos pusimos los crampones. No nos encordamos, pero llevamos las cuerdas a la mano y nuestros arneses puestos.
A los pocos metros ya notamos que el sol había hecho lo suyo: los penitentes estaban blandos y comenzaron a aflorar las grietas que cuando subimos estaban cubiertas. El ritmo era lento y muchas veces se hizo necesario movernos lateralmente buscando alternativas a la ruta.
Poco a poco comenzó el desgaste físico y mental asociado a la preocupación del estado del camino. Nos enterrábamos con cada paso mientras escuchábamos el agua correr bajo nuestros pies o el crujir del hielo.
Con la aparición de las grietas más anchas decidimos encordarnos y avanzar los cuatro juntos. Una vez unidos, la única forma de pasar la primera grieta era saltando.
Una vez listos, retrocedí dos pasos para tomar impulso y me preparé para lanzarme. Caí con el pecho sobre el hielo y con parte de mis piernas en lo que era un puente de nieve que se hundió con mi peso. Gateé para alejarme de la grieta y me puse de pie para recoger la cuerda y hacer un anclaje con mi piolet para esperar al segundo que repetiría el mismo movimiento.
Logramos pasar todos y, si bien la situación fue estresante, disfrutamos la adrenalina y más disfrutamos poder continuar con nuestro camino.
Continuamos bajando con cautela y en absoluto silencio, salvo para avisarnos de la presencia de una pequeña grieta o alguna zona blanda. El avance fue lento – más de lo presupuestado – y no pude más que reparar en todo el camino que teníamos por delante.
A medida que descendíamos, sentíamos que habíamos pasado lo peor (al menos eso creí yo) y mejoró de a poco la confianza. Seguí primero en la cuerda y decidí caminar un poco más hacia el norte, hasta que repentinamente me vi colgando dentro de una grieta.
Traté de tocar con mis crampones y manos las paredes, pero el esfuerzo fue en vano. El silencio era absoluto, tétrico. Solo sentía mi jadeo. Miré hacia abajo y vi cómo el panorama pasaba de un azul oscuro a un negro absoluto en el fondo desconocido de la grieta.
Pensando en la posibilidad de una caída, apreté los broches de la mochila en mi cintura y pecho, fijé el piolet en la muñeca y aseguré el equipo del arnés.
Al mismo tiempo que corroboré tener bien ajustado el Inreach a mi mochila y al alcance de mi mano para apretar el botón SOS.
El tiempo colgado se sintió como una eternidad y no dejé de pensar que el escenario podría haber sido peor si no hubiese estado con la cordada correcta.
Reafirmé la importancia de confiar en quién sostiene tu vida mediante una delgada cuerda y si salía de ahí, sin duda procuraría cumplir este corolario.
Escuché la voz de Eduardo que me preguntaba si estaba bien y con un grito respondí que sí. Comencé a ser elevado lentamente.
Por fortuna no fue necesario hacer un sistema mecánico para rescatarme y me sacaron tirando de la cuerda, aunque imagino que con bastante esfuerzo ya que mi peso sumado a mi mochila y equipo probablemente bordeaba los 110 kilogramos.
Ayudé tratando de clavar mis crampones en el borde de la grieta y cuando pude usé mis manos y mi piolet para sostenerme, no volver a caer y aliviar el trabajo a mis compañeros.
Al salir di un leve grito de alivio y quizás algo de euforia, para luego quedarme unos segundos tendido sobre el hielo recuperando el aliento y mirando a mis compañeros.
Tal como dice Sebastian Krückel en su relato, “todo caminante de glaciar sabe cuán difícil, incluso para alpinistas experimentados, es subir un hombre de las profundidades”.
Juan Manuel, ahora al principio de la cuerda, continuó buscando rutas y avanzamos a un buen ritmo. Al parecer ya habíamos dejado las zonas más riesgosas, aunque nos abrimos en dirección norte, alejándonos de la ruta que originalmente subimos esa misma mañana. El sol nos daba de frente y sentí mi nariz ardiendo, al igual que mis labios, pero tenía el bloqueador en la mochila y no tenía opciones de detenerme.
Retomé la punta de la cordada y mi misión fue ir buscando el camino que nos llevaría al campamento. Tuvimos que devolvernos y subir un poco bordeando las grietas para comenzar a movernos en dirección sur buscando la ruta.
Sentí que todos estábamos tensos y preocupados por no acercarnos al campamento. Así estuvimos por mucho rato, caminando cuidadosamente por penitentes que se derrumbaban con la mirada y cada cierto tramo, alguna pierna desaparecía abruptamente entre la nieve blanda.
Finalmente, logramos divisar el campamento alto y nos dirigimos hacia allá a paso tambaleante por lo inestable del glaciar. Saltamos aquellas grietas que pudimos ver y otras que gracias a los bastones pudimos detectar.
Cuando creí que ya no tendríamos más contratiempos, caí nuevamente a una grieta. Todo mi cuerpo quedó sumergido y la rápida acción de mis compañeros evitó que siguiese cayendo. Miré alrededor mientras aún me balanceaba y noté que la grieta se extendía tras de mí y que solo estaba cubierta por una delgada capa de hielo y nieve, así que grité al resto de la cordada para que saliera de la línea de la grieta.
Si cedía caeríamos todos y lo más probable es que todo hubiera terminado en tragedia.
No puedo negar que sentí miedo. Por un momento imaginé que podríamos haber caído los cuatro y lo duro que hubiese sido enfrentarnos a esta situación. Lograron sacarme rápido y solo quedé agitado, pero aliviado. Nos ordenamos nuevamente y comenzamos a apurar el paso por la ansiedad de ver el campamento cerca.
Caminamos con rapidez sin importar si parte de nuestras botas desaparecía en la nieve. Por fin en tierra nos fundimos en un abrazo fraterno con el equipo, contentos de haber llegado sin novedades al campamento alto.
Con los ánimos distendidos luego de llegar completos al campamento, Juan Manuel se puso un polerón con un logo que me fue familiar. Teníamos amigos en común: Carlos Espinosa, con quien ellos preparaban un viaje al Himalaya para ascender el Broad Peak (8.051msnm) para el 2022 (Juan Manuel coronó su cumbre en julio del 2022), mientras que yo hacía lo mismo, pero para el Gasherbrum II (8.035 msnm) en 2023 (ochomiles.cl).
Para todos una montaña como el Marmolejo serviría como preparación de estos desafíos.
Rodrigo y Juan Manuel decidieron bajar ese mismo día al campamento de los 4.250 msnm. Nosotros optamos por quedarnos, así que fuimos a buscar agua antes de que cayera la noche mirando de reojo hacia la cumbre que recibía los últimos reflejos del sol y nos reímos al recordar lo vivido, – ¡Estuvo bueno!, me comentó Eduardo, a lo que asentí con todo entusiasmo y una sonrisa.
Nos acordamos de nuestro amigo Germán Hitschfeld y lo mucho que nos hubiese gustado que estuviese con nosotros; él nos encargó “darle saludos a la mujer del Marmolejo”, dama que conoció en un intento previo a esta montaña producto de las alucinaciones del mal de altura.
Divagamos un buen rato tirados en la carpa mientras tomábamos agua y el té que nos quedó.
Al rato aparecieron Rodrigo y Juan Manuel a despedirse, comenzaron su descenso y nos quedamos solos en la montaña. Vencidos por el cansancio y la comida caliente, nos dormimos.
Sentí la alarma, pero la apagué y continué durmiendo unos minutos extras, hasta que sonó la de Eduardo y no fue posible seguir procastinando.
Poco a poco nos fuimos incorporando y decidí moverme para hacer el desayuno. Pan con mantequilla, queso, salame y café, nos sirvieron para recuperar energía y levantarnos para desarmar el campamento.
Armamos nuestras mochilas y empezamos a caminar con el sol en nuestras espaldas y con algo de viento que me obligó a seguir usando mitones y cubrir con el gorro de la chaqueta los orificios del casco por donde el viento helado me hacía sentir escalofríos.
Rápidamente nos acercamos a la zona utilizada como campamento a los 4.250 msnm, donde aproveché de fotografiar paisajes que había pasado por alto durante el ascenso.
Tomamos un pequeño descanso antes de seguir hacia el campamento base, porque el camino estaba muy erosionado. Bajamos de manera cuidadosa, con confianza en los bastones y en nuestro equilibrio.
Llegamos al campamento base ubicado a 3.600 msnm. Aquí habíamos dejado algunas cosas, como zapatillas para el acercamiento, algo de comida y gas.
Comimos algo y luego de casi una hora en este lugar, rearmamos nuestras mochilas, comenzamos a bajar con el objetivo de alcanzar a llegar a El Cabrerío antes de la puesta de sol.
Avanzamos a paso firme por las rocas que a ratos hacían incrementar el agotamiento por la inestabilidad de las pisadas, pero eso no impidió disfrutar el paisaje y conversar animadamente. En algunos puntos debimos cruzar el río, cuyo caudal a esa hora de la tarde había aumentado.
Para evitar sacarme los zapatos confié en mi equilibrio y salté largo esquivando el agua, pero Eduardo, quizás algo más consciente que yo, prefirió cambiar de zapatos cada vez que fue necesario.
Luego de varias horas de caminata y especulaciones sobre qué comeríamos llegando al pueblo, comenzamos a divisar el valle de la Engorda, lo que aumentó nuestro apetito.
Esperábamos que “La picada del montañista”, el puesto de empanadas que siempre visitamos en la localidad de San Gabriel, estuviese abierto a nuestro regreso. La última vez que pasamos después de una expedición nos comimos 3 empanadas y 1,5 litros de Coca – Cola cada uno. Sin duda ahora íbamos a romper esa marca.
Finalmente llegamos al valle de la Engorda, pero el caudal del río había aumentado considerablemente y su cruce prometía ser complejo. Nos pusimos las zapatillas, enrollamos los pantalones y caminamos algunos metros en dirección al oriente para cruzar por un punto que a simple vista se veía más calmo, aunque decidimos utilizar la cuerda.
Me uní a un extremo y comencé a caminar hasta que me hundí casi a la cintura y sentí que el agua que me arrastraba lentamente. Me mantuve firme y sin levantar mis pies fui buscando una posición segura.
Luego de unos minutos pude cruzar sin mayores problemas. Le indiqué a Eduardo por donde parecía más seguro pasar y me preparé para sostener la cuerda. Pasamos algo de susto, pero cruzamos sin problemas. Nos sacamos la arena de los pies, nos colocamos las botas nuevamente y continuamos el camino.
Llegamos al Cabrerío en el cuarto día desde que salimos y mientras avanzábamos vimos a Pablo, el arriero que llevó nuestro equipo. Le sorprendió que estuviéramos de regreso en tan poco tiempo y nos felicitó diciendo que éramos unos “campeones”.
Agradecimos entre risas con un buen apretón de manos. Cuando me saqué los lentes y el casco, se burló efusivamente por mi piel quemada y por nuestro aspecto general, lo que capturó en un retrato para su registro.
Llevé mi mochila al auto con la intención de apurarnos para ir por comida, pero Eduardo me hizo un gesto y me dijo que en la casa de Pablo podíamos tomar una bebida. Al llegar ya estaban sirviendo Coca – Cola y sentí el crujir de los hielos y el sonido de las burbujas, simplemente un deleite para mí. Tomamos varios vasos seguidos, creo que perdí la cuenta después del quinto y los siguientes fueron más pausados.
Con la sed saciada y con una alta dosis de azúcar en el cuerpo, además de una porción de queso de cabra que compramos a la abuela de Pablo, emprendimos regreso a Santiago.
Nuestra “picada” de empanadas estaba cerrada, como gran parte de los negocios del Cajón del Maipo a esta hora, así que probamos otras que no estuvieron a la altura de la celebración.
Emprendimos rumbo a Santiago, cansados y somnolientos, pero llegamos sanos y salvos luego de una nueva aventura y ya pensando en lo que venía. ¿Sería el volcán Tupungato? ¿Será alguno de los seismiles del norte?
Pronto lo sabremos. Por mientras, me quedo con la sensación de que no fui yo quien conquistó la montaña, ella me conquistó a mí y me demostró la magnificencia de la naturaleza al darnos una segunda oportunidad.
Emerger de esas grietas fue una invitación a seguir viviendo la libertad de las cimas.