Por Dagmar Bachraty
La historia del Niño sacrificado en la mayor altura andina del valle del Mapocho, es un tema que aún genera mucha controversia y preguntas. No sólo para los académicos que investigamos dicho tema, sino para los diversos grupos de andinistas y escaladores que recorren las alturas andinas cercanas a Santiago.
Esto debido, principalmente, al tema del saqueo patrimonial que se ha llevado a cabo desde hace más de un siglo en el sitio arqueológico conocido desde finales del siglo XIX como “pirca de indios”.
Desde ese topónimo es posible inferir que tanto arrieros, mineros y buscadores de tesoros conocían desde hace mucho tiempo este lugar. Mucho antes de la primera incursión deportiva europea, que llegó a su cumbre el año 1896.
Cuál habrá sido su sorpresa al revelarse ante sus ojos antiguas ruinas indígenas que ellos mismos relataron en cartas escritas, y que posibilitan hoy, inferir que a pesar de la existencia de fogones en su cumbre y de restos de una lata de sardinas, dichas construcciones no habían sido saqueadas, o no por lo menos en su totalidad.
Aspecto que hoy, lamentablemente, no es posible afirmar, ya que las constantes visitas de escaladores y de buscadores de algún “souvenir”, terminaron por destruir el sitio.
Para quienes investigamos la zona y la trascendencia del sitio debido a el trasfondo histórico e identitario prehispánico de la zona Central de Chile, es una pérdida irreparable. Pérdida que se debe esencialmente al desconocimiento acerca de la importancia de todo el acceso hacia el cerro El Plomo, ya que, desde el sector del Arrayán y el santuario natural de Yerba Loca, existen diversos registros materiales de la presencia inca y de pueblos locales en la zona.
Restos materiales que nos hablan de la existencia de un complejo ideológico prehispánico vinculado a las características naturales de la zona, tales como saltos de agua, quebradas con minerales y riqueza de flora y fauna.
Mismo aspecto que habría llevado al Inca a apoderarse de dicho espacio, convirtiéndolo a través de la construcción de caminos, tambos, centro de descanso y acopio de víveres, además del adoratorio y los tres enterratorios existentes, en un lugar de importancia política dentro de los esquemas de dominación del valle.
La historia del hallazgo del Niño del Plomo ocurrida el año 1954 presenta muchas incógnitas que denotan la incongruencia del relato de sus descubridores. Tres hombres que pensaron que tras dicha aventura de la “búsqueda del tesoro”, iban a cambiar el rumbo de sus destinos. Excusa que ante nuestros ojos podría considerarse vacía, pero que hace más de sesenta años y al no existir resguardo legal del patrimonio, era una apuesta que podría cambiar la vida de una persona.
El relato de los protagonistas del hallazgo denota, que al menos uno de ellos, Guillermo Chacón, sabía a ciencia cierta de la existencia de piezas prehispánicas, ya que como les habría comentado a sus compañeros, él ya habría vendido varias estatuillas de oro, plata y “cerámica” con su vestimenta a coleccionistas privados.
Por lo mismo, el negocio era seguro.
La venta de esas piezas patrimoniales no debe extrañarnos, pues en esa época era algo habitual, además de relevarse que los mismos andinistas que subieron sistemáticamente a la cumbre del Plomo, también se llevaron diversas piezas con ellos.
Algunos de estos objetos aún se encuentran en sus manos, pero que paulatinamente han sido donados a diversos museos.
Lamentablemente la mayoría de las estatuillas antropomorfas de manufactura inca donadas a dichas instituciones, se encuentran sin el relato científico de su hallazgo, y sin las valiosas vestimentas de cumbi; información que habría permitido su estudio.
Característica que ha marcado la historia del Niño del Plomo, y que imposibilita conocer realmente la magnitud material y simbólica de este sacrificio humano. Rito en el cual habrían participado al menos dos niños más debido a la presencia de tres enterratorios, pero que sin la presencia de sus cuerpos no es posible de asegurar.
Por lo mismo esta es una historia que se diluye en la neblina de las colecciones privadas.
La historia del saqueo del sitio por parte de nuestro protagonista, el señor Guillermo Chacón, comenzó en el año 1917.
Fecha mencionada por Luis Ríos, su “socio en la búsqueda del tesoro”, en el libro realizado gracias a su cuaderno de anotaciones, titulado “El niño Inca. La verdadera historia del niño del cerro El Plomo” (2009, Editorial Pehuén). En él se relatan los acuerdos y desacuerdos suscitados entre ellos, y el sobrino de Luis Ríos, Jaime Ríos, el tercer integrante de la empresa hacia El Plomo.
Las incongruencias dentro del relato y la historia dada al Museo Nacional de Historia Natural de Chile (MNHN), institución que compró al Niño y al pobre ajuar que entregaron, denota que gran parte del tesoro del Plomo fue vendido a coleccionistas extranjeros, como señala entre líneas Luis Ríos en su libro, así como también a arqueólogos que participaron en la disputa económica por el hallazgo de 1954.
Información pública que se encuentra en el Boletín de 1959 del MNHN, el cual contiene parte de la historia y de los primeros estudios realizados al cuerpo del Niño y su ajuar.
Con un total de 17 valiosas estatuillas zoomorfas y antropomorfas pesquisadas en diversos relatos, tanto de los descubridores, como de andinistas y arqueólogos, es posible aproximarnos brevemente a la pérdida patrimonial e histórica del evento más importante dentro de la ideología inca.
La historia de niños hijos de jefes provinciales y niñas escogidas para servir al Sapac Inca, hijo del Sol, sacrificados y convertidos en ancestros tutelares, cuyo rol era convertir a sus padres en gobernadores provinciales y llevar un mensaje a sus dioses.
Esta es la historia del Niño del Plomo, un infante de 8 años hijo de un jefe altiplánico convertido en deidad. La historia de una Capacocha, antiguo rito que despertó la codicia de españoles y no españoles a lo largo de los siglos.
Dagmar Bachraty es Historiadora, Doctora© en Estudios Latinoamericanos Universidad de Chile, experta en textiles Andinos y en el ritual Capacocha.