Cultura Andina Ancestral & Naturaleza de América del Sur

Los Niños del Llullaillaco: Un viaje al pasado a través de la memoria andina

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Por Dagmar Bachraty

La Historia Prehispánica contada a través de la colección del MAAM, ubicado en Salta, Argentina, es una invitación a un viaje hacia la memoria de tres Niños sacrificados en un volcán sagrado de la cordillera de Los Andes: El Llullaillaco.

Un volcán milenario, testigo de uno de los rituales más estudiados dentro del Mundo Andino: la Capacocha.

Una invitación a recorrer parajes alto andinos, que hace más de seiscientos años, fueron parte de un paisaje sacralizado por los Incas y pueblos al servicio del poder cusqueño, donde el componente geográfico, histórico e ideológico, se funden para darle vida al relato de peregrinación, vida y muerte, en las altas cumbres andinas.

Descripción geográfica

El volcán Llullaillaco se encuentra ubicado en el Departamento de los Andes, Provincia de Salta, Argentina. Este macizo se eleva a 6739 m.s.n.m., y es uno de los volcanes más altos del mundo, situándose entre el límite de Argentina y Chile, al Sur del paso de Socompa, al Oeste del Salar de Arizaro y Salina del Llullaillaco y al Este del Salar de Punta Negra.

Constituyéndose como uno de los desiertos de altura más áridos del mundo. Por lo mismo el recurso hídrico se presenta escaso, poseyendo un régimen de precipitaciones estivales.

Su cumbre está constituida por una cresta de roca granítica gris, de unos 200 mts. de extensión. Al Este de esta cresta se distinguen tres hondonadas pertenecientes a cráteres extintos del volcán, separados por un filo llano, el cual fue escogido para el emplazamiento del santuario de altura inca. Lugar donde se encontraron a los Niños del Llullaillaco.

Siguiendo a la arqueóloga argentina, María Constanza Ceruti, quien participó en el descenso de los Niños, el topónimo Llullaillaco, se desprende del vocablo quechua “yaku”, cuya interpretación es “agua”, y la palabra “llullay”, que quiere decir “engañar”. Posiblemente haciendo alusión a la condición de nieve en altura, pero sin generación de ojos de agua y arroyos.

Su vegetación se presenta predominantemente herbácea, encontrándose dentro de ella la paja brava y paja amarilla, y en menor medida la yareta, la tola, añagua y la chachacoma, mientras su fauna incluye especies como la vicuña, guanaco, el suri, vizcacha, la perdiz, el zorro, puma, el cóndor y el águila.

Paisaje de Pampa y Volcán Llullaillaco. ©Lisardo F. Maggipinto

Indicios de la existencia de ruinas

Las primeras noticias acerca de la existencia de ruinas fueron dadas a conocer en 1952, tras la expedición del andinista Bión González, y de Hans Rudel en 1953. Entre 1958 y 1961, el excursionista Mathias Rebitsch efectuó excavaciones en las ruinas de la cumbre, las que fueron publicadas en su momento, junto con intervenciones siguientes efectuadas en la cumbre, los años 1966, 1975 y 1985.

Estatuilla femenina de oro. Parte del Ajuar funerario de la Capacocha del Llullaillaco. ©Lisardo F. Maggipinto

La Historia del encuentro: Los Niños del Llullaillaco

En marzo de 1999, María Constanza Ceruti, junto a Johan Reinhard, especialista norteamericano en alta montaña, lideraron la expedición arqueológica que permitió no sólo el descubrimiento del cuerpo de los tres Niños, sino investigar el cementerio existente a 5.000 m.sn.m. en el sector nororiental del volcán, un tambo localizado a 5.200 m.sn.m. y un conjunto de ruinas intermedias, ubicadas a 6.550 m.s.n.m.

Luego de diez días de trabajo en la cumbre, y sondeos a una estructura semicircular con características habitacionales y logísticas, el grupo científico pudo excavar la zona del enterratorio ubicada a 6.700 m.s.n.m.

Una proeza científica con temperaturas de -30 grados y vientos de 80 km. por hora, cuya coronación fue el hallazgo del cuerpo de un niño, el día 17 de marzo de 1999.

El arqueólogo peruano Arcadio Mamaní sería quien en el sector Sur de la plataforma ceremonial encontraría el cuerpo junto a su ajuar, mientras el argentino Antonio Mercado y el peruano Rudy Perea localizaron el cuerpo de una adolescente apodada como la “doncella”, y el peruano Orlando Jaen, el de una pequeña niña nombrada “la Niña del rayo” debido a las quemaduras de una descarga eléctrica presentes en su cuerpo.

“La Doncella” en el Laboratorio del MAAM. ©Lisardo F. Maggipinto

Conexión ideológica del territorio: el camino por Chile

Investigaciones arqueológicas realizadas por Pablo Mignone, publicadas el 2013, establecieron la existencia de una red de caminos y estructuras simbólicas desde la Región de Antofagasta, colindante con el volcán.

Encontrándose en la quebrada de Zorra de Guanaqueros y Aguada de Barrancas Blancas, caminos, tambos, restos de pircas, y restos cerámicos que sugieren movilidades distintas de la ruta de ascenso oriental hacia la cumbre.

Indicando con ello, “modeladores ideológicos del paisaje” en torno a características de ritualización del espacio. Es decir, a marcadores culturales de apropiación territorial que no guardan relaciones con nociones occidentales de orden.

Aisana Inca con símbolo de Clepsidra. ©Lisardo F. Maggipinto

Visita al Museo de Alta Montaña de Salta. El nuevo hogar de los Niños del Llullaillaco

La descripción de la ciudad de Salta no resulta fácil. No por nada la apodan “Salta la Bella”. Esta ciudad fundada en su matriz española en 1582 tiene claros ribetes de coexistencia andina y mestizaje cultural. Resultando ser una interesante combinación de arquitectura colonial y moderna, y una invitación al disfrute de la gastronomía local bajo la atenta mirada del cerro San Bernardo.

Caminar por sus angostas calles de adoquín luego de una intensa lluvia, resulta una experiencia alucinante cuando el resultado es el encuentro con su Catedral e Iglesias como la de San Francisco y el Convento de dicha Congregación.

En pleno corazón de Salta, frente a la plaza de Armas, rodeada de edificaciones coloniales, se encuentra el Museo de Alta Montaña (MAAM). Un edificio de mediados del siglo XIX que alberga una de las colecciones arqueológicas más impresionantes de Sudamérica: Los Niños del Llullaillaco.

Aquellos infantes sacrificados en un complejo ritual inca llamado Capacocha. Este rito llevado a cabo, principalmente, en alturas andinas como la de este volcán, el cerro Aconcagua o cerro El Plomo, tiene la particularidad de ser un rito sacrificial solo en las mayores cumbres provinciales. Información contrastada no sólo por los hallazgos arqueológicos, sino por el relato de cronistas hispanos de mediados del siglo XVI y XVII.

Al respecto se cree que hijos de jefes provinciales al servicio del Sapa Inca y doncellas o acllas pertenecientes a la “Casa de escogidas”, también al servicio del Inca, fueron los infantes destinados para el sacrificio de una Capacocha.

La Capacocha es un rito de características políticas, territoriales y religiosas, destinado a sellar pactos políticos entre el Inca y las provincias. Estableciendo, además, la localización de oráculos y tierras de dominio Inca, donde estos niños juagarían un rol fundamental dentro de sus comunidades al convertirse en guardianes tutelares del cerro sagrado más importante de la Región.

Un cerro que, dentro de la ideología andina, es conocido como “huaca”. Relevándose que la forma de morir de estos niños era a través de la somnolencia por efecto narcótico de la chicha de maíz y consumo de hojas de coca, además del ahorcamiento, asfixia y traumatismo encéfalo craneal.

Fachada Exterior Museo Andino de Alta Montaña de Salta. ©Lisardo F. Maggipinto

El caso de los Niños del Llullaillaco es un hallazgo sin precedentes, pues ha permitido a especialistas en la materia, estudiar de manera científica y etnohistórica, las piezas de este valioso ajuar compuesto por más de 150 objetos, y el cuerpo de estos tres infantes.

Un rito que por sus características habría movilizado a un gran contingente de personas y objetos destinados a la celebración del ritual en el corazón de la plaza del Cusco, y luego hacia los adoratorios donde se llevó a cabo el término del rito y el sacrificio humano.

Características presentes en el complejo de peregrinación al Santuario del Llullaillaco, si se toma en consideración, la existencia de tambos de descanso y almacenamiento de alimentos, así como la estructura semi circular existente en la ladera más protegida de la cima del volcán, la cual habría estado destinada al alojamiento de personas que habrían de pernoctar la noche anterior a la celebración del sacrificio.

Rito celebrado al despuntar el alba, aspecto que da cuenta del culto al sol y su relación con la Capacocha.

Este Museo presenta una colección que lleva al turista, al espectador o al investigador hacia un viaje al pasado. Un viaje hacia la memoria andina a través de la imagen de un Niño que parece dormido, junto a una serie de objetos que lo acompañaron hacia la eternidad.

La muestra comienza bajo una luz tenue y una sala climatizada a seis grados, factores que ayudan a la conservación de las piezas, y cuyo recorrido hipnotiza a través de la belleza de los objetos.

Piezas textiles que acompañaron la vestimenta de los Niños, cerámicas y estatuillas pequeñas hechas de oro, plata y una concha marina de color rojizo, llamada spondylus prínceps, las cuales corresponden a formas delicadas de representación de llamas, hombres y mujeres. Todos hechos con rasgos únicos y vestimentas tejidas con maestría. Dando cuenta del alto valor simbólico de las ofrendas.

Collar mullu (spondylus). Colección del Niño. MAAM. ©Lisardo F. Maggipinto

En mi visita al MAAM, se destacan los efectos del frío y la luz, los cuales envuelven al espectador en un halo de tiempo, en el cual, al final del recorrido, se presenta el cuerpo de uno de los Niños. Una experiencia inolvidable. Ver al Niño de siete años, quien está en la muestra actual, nos invita a un viaje hacia nuestros sentimientos más íntimos. Al observarlo congelado en el tiempo, dada la preservación por efectos de la altura y temperatura del lugar de alta montaña, y a la buena conservación que resalta la labor de especialistas del Museo, la imagen de él se presenta como una visión de un pasado latente.

Una identidad cargada de Historia e historias. Lo que evoca las preguntas acerca de quién era este infante o cómo fueron sus últimos momentos en este plano terrenal.

Por lo mismo, el Museo lo presenta dentro de un marco de respeto y consideración, ya que estos Niños aún son considerados sagrados dentro de las comunidades andinas locales.

Colección visual del Museo Andino de Alta Montaña, Argentina. ©Lisardo F. Maggipinto

El Niño de aproximados siete años, cabello corto al modo inca, vestido con un unku rojizo y azul, calzado de mocasines de cuero de auquénido, tobilleras de piel, un brazalete de plata en su brazo derecho, un pectoral de concha de spondylus prínceps y un cordel llamado llautu atado a su cabeza como símbolo de subordinación Inca, indican además de una waraka u honda en su tocado, su lugar de privilegio dentro de la sociedad.

Recordándonos con ello, que estos Niños, no eran cualquier infante, sino los “elegidos” dentro de un sistema de privilegios.

De su corta vida, gracias a su ajuar, es posible dilucidar que perteneció a la elite política, y de su muerte, gracias a estudios científicos, que murió por la ingesta de dosis de chicha y coca, y que su pequeño cuerpo sufrió por efectos de la altura.

Siendo atado fuertemente por sus piernas, posiblemente para que pudiera adoptar la posición flectada y caber dentro del nicho en el que se le encontró. Asimismo, su rostro se esconde entre sus rodillas, en posición de descanso.

El Niño. ©Lisardo F. Maggipinto

Respecto de la “Doncella”, una joven de estimados quince años se cree perteneció a la “Casa de las escogidas”, siendo elegida para compañía de los infantes menores. Su vestimenta, un vestido con mangas, un vistoso tocado de plumas blancas, mocasines, manta de alpaca y un rico juego de alhajas colgantes a modo de collar, junto con su peinado de trenzas, hacen pensar, junto con sus características físicas, que esta joven fue escogida por su belleza. La cual le otorgaba un lugar de privilegio como aclla.

La Doncella. ©Lisardo F. Maggipinto

Por último, se encuentra la “Niña del Rayo”, una pequeña de seis años, cuya característica central la constituye una deformación craneal, propia de las elites aymaras. Mismo aspecto que representa el símbolo de plata sobre su frente y el uso de un llautu con plumas, posibilitándose inferir que era la hija de un Señor altiplánico.

Ambas Niñas, al igual que el infante, murieron tras la ingesta de chicha y coca, durmiéndose en un sueño eterno.

Dentro del plano humano, estos Niños son la viva imagen de un mundo que ya no existe. Un mundo donde la ritualidad era la base de su sistema de pensamiento. Un mundo, donde el sacrificio, no era bárbaro, sino una ofrenda de vida a los dioses de las montañas.

Un honor que convertía a estos Niños en mensajeros entre el mundo de los hombres y el de los dioses.

Por otra parte, dentro del plano profesional, el estudio de estos Niños y sus ajuares permite aproximarnos a las raíces identitarias de América, a un legado histórico y cultural que la invasión hispana y el sincretismo cultural y poblacional no ha podido borrar, constituyéndose en una imagen de nuestro pasado aún por descifrar.

Sin dudas, un privilegio único para quienes trabajamos en ello. Tocar, observar, y palpar la Historia de manera experiencial a través de los objetos, es sin dudas, un marco metodológico que nos permite cuestionarnos acerca de un pensamiento fragmentado por el choque cultural, pero que nos invita a la reflexión acerca de la vida y la muerte en los Andes prehispánicos y actuales.

Niña del rayo. ©Lisardo F. Maggipinto
Estatuilla femenina de plata. ©Lisardo F. Maggipinto

Dagmar Bachraty es Historiadora, Doctora© en Estudios Latinoamericanos Universidad de Chile, experta en textiles Andinos y en el ritual Capacocha.


Agradecemos a Gabriela Recagno y al Museo de Alta Montaña (MAAM) de Salta por su gran apoyo.