Por Hernán Núñez Cristi. Edición de Francisca Ramírez
Siete días de expedición y 90 kilómetros de ruta se traducen en esta selección de imágenes -y un relato íntimo- que dan cuenta del camino recorrido para alcanzar una de las cumbres más emblemáticas de los Andes centrales. A pesar de sus 6.570 msnm, el volcán Tupungato no es visible por completo desde Santiago, sino que se revela lentamente al aproximarse a él.
De cerca es incuestionable su dominio. Sobrepasa a todas las cumbres vecinas con inmensa categoría. Cada jornada de esta aventura nos enfrentó a diferentes paisajes y a desafíos que nos llevan a afirmar que la ruta es un destino por sí mismo para aventureros y amantes de la naturaleza andina.
Punto de Encuentro
Ascender el volcán Tupungato partió como un plan alternativo. Originalmente, nuestro objetivo era aprovechar la temporada de alta montaña en la Región de Atacama durante el mes de enero, con la meta de subir aquellos seis miles de fácil acceso en los alrededores de Laguna Verde, que quedan cerca del paso fronterizo San Francisco.
Cuando estábamos listos para partir, los reportes del clima no fueron alentadores, y en efecto, hubo una cantidad inusual de nieve caída en la zona producto del invierno altiplánico. Fue así como resolvimos -rápidamente- solicitar el permiso para intentar el Tupungato, en el Cajón del Maipo.
En esta expedición me acompañaría Eduardo Muñoz, mi amigo y cordada de hace años y cuya experiencia ha sido fundamental para ascender con éxito grandes montañas de la cordillera de los Andes y del proyecto Chile6miles.
Partimos el viernes 4 de febrero de 2022, luego de nuestra jornada laboral, con la intención de entrar al Alfalfal a primera hora del día siguiente. Nos permitieron ingresar al recinto ese mismo día, apenas pasada la media noche y acampamos en un lugar conocido como Chacayar, el que además era el punto de encuentro pactado con don Jesús Carrasco, el arriero que llevaría nuestro equipo río arriba.
Ayudados por los balidos de las cabras que rodearon nuestra carpa, nos levantamos temprano para tomar desayuno, hacer una última revisión del equipo y decidir qué llevaría la mula.
Tratamos de cargar solo lo esencial, porque si bien en un principio contaríamos con ayuda, eventualmente moveríamos todo el peso sobre nuestros hombros. Llevamos comida para ocho días, porque consideramos un itinerario de siete jornadas y añadimos un día extra ante algún imprevisto. Cargamos nuestras mochilas de marcha con agua, abrigo y algo de comida, y dejamos el resto de nuestro equipo en manos del arriero.
Comienza la aventura
Al momento de partir comenzó una lluvia que creímos nos acompañaría durante toda la caminata por lo que apuramos el paso, pero afortunadamente no duró más de una hora. El cielo se mantuvo nublado todo el día, sin embargo, nos concedió una sensación bastante agradable para las primeras horas de expedición.
El camino transcurre por un sendero bien marcado y difícil de perder. No obstante a lo anterior, llevamos equipos GPS con la ruta guardada, además de un In reach y una radio cada uno para ser utilizados en caso de emergencia. Sostuvimos un paso rápido y constante durante todo el trayecto.
Luego de 9 kilómetros nos acercamos a la zona conocida como los Baños Azules, que decidimos conocer a nuestro retorno. Justo en este punto don Jesús nos alcanzó y eso nos motivó a seguir su ritmo. Logramos así acercarnos y encontrarnos un par de veces en los lugares donde se detenía a arreglar la carga.
Con Eduardo comentamos impresionados las habilidades del arriero que con total soltura y confianza sorteó los angostos caminos cordilleranos junto a su fiel caballo y a su mula, senderos que incluso a pie inspiran cierto temor y respeto dada la inclinación general del terreno y las abruptas quebradas
Primer Campamento
Luego de 15,05 kilómetros y algo más de 4 horas de caminata, logramos superar los 989 metros de desnivel hasta el sector de Aguas Buenas, que se encuentra a 2.700 msnm. En este lugar encontramos un refugio de arrieros y lo usamos para pasar la noche.
El albergue es cómodo y protege del viento, por lo que no tuvimos necesidad de armar carpas y eso nos permitió pasar una noche muy agradable. Como llegamos temprano, tuvimos tiempo para dormir una buena siesta después de almuerzo. El tiempo se mostró amenazante, pero estaba contemplado en los partes meteorológicos que revisamos antes de salir.
Nos despertamos y preparamos la cena: una pasta de pollo desmenuzado con huevos revueltos y un rico pan amasado hecho por la señora de don Jesús, alimentos que sin duda amenizaron la conversación bajo una tarde de cielos dramáticos.
Don Jesús Carrasco: el arriero del Tupungato
Estuvimos varias horas tomando té, comiendo y conversando de todo un poco. Don Jesús se ve como un hombre reservado, más bien tímido, pero también rudo y curtido por su trabajo.
Nos contó acerca de sus orígenes, de su familia y del cariño por sus cabras, mulas y caballos. Disfrutamos del queso que él mismo hace y que en un entorno como el que estábamos, nos pareció un lujo.
No pude dejar de pensar en la simpleza de la vida que escogió, que ciertamente me recuerda a la de mi padre: un hombre de campo y de pocas palabras, de esos que predican con el ejemplo sin la necesidad de discursos adornados de palabras.
Ambos fueron criados bajo el rigor, con falta de estudios, muchas veces también de oportunidades, y con la tranquilidad de realizar un trabajo honrado y libre bajo sus propias reglas, algo que admiro profundamente y que yo no he sido capaz de hacer.
Mientras acomodamos de mejor manera las mochilas, seguimos tomando té y comiendo. Dado que en esta ocasión utilizamos una mula, nos permitimos incluir comida extra y algunos productos que habitualmente no llevaríamos a una expedición de esta naturaleza.
Llegó la hora de descansar y tomé prestado un colchón que estaba en el lugar, de seguro propiedad de algún arriero, y que me preocupé de devolver en las mismas condiciones.
Sentí que dormí como en mi propia casa.
Miré a don Jesús armar su cama. Utilizó los aperos de sus animales, unas frazadas y una manta de polar forrada con un impermeable que le hizo su señora.
Admiré esa capacidad de soportar el frío de manera estoica mientras que yo necesité de un colchón, una colchoneta, saco de dormir de plumas y hasta de una Nalgene con agua caliente para mis pies.
Aun así, sentí el frío de la noche.
Aparece el gigante
Salimos a las 9:00 am de Aguas Buenas luego de un rico desayuno: pan con huevo y palta, y unos Cappuccinos, -la debilidad de Eduardo-, alimentos que nos dieron la energía para enfrentar el segundo día con un gran ánimo.
La meta era llegar a un sector conocido como Las Perdices, lugar que según don Jesús es mucho mejor que la “Vega de los Flojos”. Salimos primero esa mañana y caminamos a buen ritmo junto a la compañía del Cerro Sierra Bella, que se mostró imponente frente a nosotros con sus 5.275 msnm y sus paredes de hielo que contrastan con lo agreste de su entorno.
Caminamos en dirección hacia la zona conocida como “Mal Paso” y fue ahí donde logramos divisar por primera vez la majestuosa cara suroeste del volcán Tupungato. Paramos unos minutos a contemplar el paisaje. Conversamos con Eduardo sobre el hecho de que “se ve más grande de lo que creíamos”. Se ve lejos, imponente y hermoso. Sentimos un leve temor al enfrentarnos cara a cara con el desafío.
Revisamos los relatos que llevábamos y también los GPS para ir clarificando el camino. Todavía en ruta hacia el Mal Paso, recordamos que otros arrieros nos comentaron alguna vez que este era el punto final de su servicio, pero estando allí consideramos que queda bastante lejano de los campamentos superiores. Al cruzar el río no tuvimos mayores problemas, pero estimamos que a la vuelta debíamos tomar precauciones y cruzar temprano.
Un descanso flojo
Cuando llegamos a la Vega de los Flojos tomamos un descanso un poco más largo de lo habitual, en honor a la toponimia, por supuesto. Don Jesús se encontraba cerca y por ello decidimos esperarlo.
Nos llamó la atención lo sucio del lugar. Al fondo de los escasos puntos de agua disponibles para consumo encontramos envases plásticos, botellas y cartones.
Habíamos leído con anterioridad que muchas expediciones utilizan regularmente este punto como campamento. Por nuestra parte consideramos el lugar inviable para acampar dada la escasez de agua y por no contar con las condiciones óptimas.
La zona de este bofedal nos ofrecía agua estancada y de mal aspecto, algo esperable considerando que fuimos en enero y circunscritos a una mega sequía. Tampoco encontramos agua de deshielos en este sector.
Don Jesús llegó luego de unos 20 minutos y compartimos galletas y barras de cereal mientras él revisaba la carga de la mula. Desde aquí partimos todos juntos en dirección al segundo campamento por un camino mucho más difuso, pero esta vez seguimos a los animales que parecían conocer la ruta de memoria.
Campamento Las Perdices
Luego de un desnivel de 941 metros recorridos en 14,1 kilómetros, llegamos al sector conocido como Las Perdices (3.550 msnm) que queda aproximadamente a cuatro horas de Aguas Buenas. El lugar tiene espacio para unas tres carpas y desde la ladera norte corre agua cristalina que se une con otra vertiente turbia y con sedimentos que baja del mismísimo Tupungato y el Cerro Sierra Bella en gran medida.
Todos armamos el campamento en este lugar. Cuando estábamos en Chacayar, don Jesús nos comentó que no usa carpa y que iría con un plástico para protegerse del rocío. Eduardo lo persuadió de que ocupara una carpa extra que teníamos ya que el pronóstico anticipaba posibles lluvias. Para nuestra tranquilidad aceptó sin necesidad de insistir.
Terminamos el campamento, hervimos agua y almorzamos. Calentamos unos ricos porotos con pan amasado mientras observábamos unas nubes que amenazaron la tranquilidad de ese día.
Fue aquí donde don Jesús nos contó sobre sus experiencias en estas montañas y por supuesto, con el Tupungato.
Relató historias de accidentes y rescates de desafortunados montañistas que tuvo que socorrer amarrándolos al lomo de su caballo. Ciertamente aquello nos hizo reflexionar sobre nuestra propia seguridad.
Antes de que se escondiera el sol, Eduardo salió a rellenar todas las botellas de agua y yo procuré abastecer los termos con agua hervida para esa noche.
Nos refugiamos en las carpas apenas se escondió el sol. La temperatura bajo drásticamente. Protegidos del frio, revisamos los mapas y relatos del Tupungato que llevamos con nosotros para preparar lo que sería la próxima jornada. Nos acostamos temprano esa noche, nuestro día tres sería más largo e intenso que sus predecesores.
Un largo día
Y así fue. Nos levantamos a las 7:30 am porque la idea era salir ese día a las 9:00 en punto. Tomamos un desayuno contundente y desarmamos nuestro campamento. Nos tocó nuevamente organizar las mochilas, porque era un nuevo turno de la mula. Cada vez logramos mejor distribución del peso y caben de mejor manera las cosas que llevamos.
Durante esa mañana desayunamos con don Jesús y nos comentó que el siguiente campamento se encuentra a los 4.400 msnm y, que si el camino y las condiciones lo permitiesen, intentaría subir hasta la zona conocida como el Hito, lo que significaba llegar a los 4.800 msnm.
Aquello nos agradó mucho -por supuesto-, ahorraríamos un par de horas subiendo con mochilas, así que cruzamos los dedos. Reiniciamos la marcha y el caudal del río aumentó conforme nos adentramos en el cajón. Sorteamos los pasos sin contratiempos.
Camino al campamento alto
En un momento tomamos el camino por la izquierda del caudal y al no poder cruzar nos abrimos demasiado y perdimos la ruta. Corroboramos con el GPS y nos percatamos de que estábamos a cientos de metros del camino que debíamos seguir.
Logramos cruzar el estero y a lo lejos divisamos una huella marcada. Gastar energía en un sendero equivocado o en un recorrido extra es desmotivante, pero por otro lado, volver a encontrar el correcto lo arregla todo. Seguimos subiendo a buen ritmo, hasta que vimos acercarse a don Jesús que nos había visto tomar el camino equivocado.
¿Y la radio? ¿La tienen de adorno?” – nos dijo.
Miré a Eduardo, quien confesó que la radio estaba apagada.
Jesús nos hubiese podido advertir a tiempo. Aun así, lo tomamos con humor, nos reímos y le prometimos mantener la radio prendida el resto del camino. Seguimos avanzando y llegamos al punto que se utiliza como campamento a los 4.400 msnm.
Quedarse ahí fue inviable, no había ni una gota de agua y nada de nieve para derretir en los alrededores, lo que sin duda nos generó extrañeza y preocupación, ya que tradicionalmente este punto era utilizado para pasar la noche.
El experimentado Jesús se comunicó con nosotros por radio y con firmeza nos dijo que seguiría subiendo hasta el Hito. El camino está marcado, pero erosionado. Nos vuelven a impresionar las habilidades del arriero, que avanza a paso firme junto a sus animales.
A nuestra izquierda vemos a lo lejos el Hito. Sabemos que queda poco. En este punto Eduardo tomó ventaja.
Me sentí mal del estómago y tuve que realizar algunas paradas forzadas. Ya había pasado por situaciones similares en expediciones anteriores, así que me preocupó. Lo pasé mal. Aunque traté, no pude seguir el ritmo a Eduardo. Me sentía débil y adolorido. Lo perdí de vista.
Por fin me acerqué a los 4.800 msnm, donde supuestamente estaría don Jesús y Eduardo, pero a lo lejos solo vi a mi cordada que me hacía señas. Al llegar le pregunté por don Jesús, y me dijo que por radio él le había comunicado que seguiría subiendo.
Me sorprendió, ya que no conocía a muchos arrieros que se animaran a llegar a tales alturas en el Tupungato. Como venía con malestares físicos, me pareció una gran ayuda que la mula llevase nuestras mochilas un poco más alto.
Maestro de las alturas
Seguimos caminando con Eduardo mientras mi dolor de estómago persistía. Miré el reloj y reparé en que habíamos alcanzado los 5.000 msnm y no había señales de los animales.
Asumí que continuaban su marcha. Divisamos una zona de pircas perfecta para para poner las carpas. Nos dirigimos hacia aquel lugar en busca de don Jesús. Miré mi reloj nuevamente y constaté los 5.200 msnm.
Lo encontramos descansando, apoyado en una piedra. Despertó cuando llegamos y con gallardía nos miró y nos dijo: «Sáquenme una foto para que me crean que llegué a los 5200 msnm con mis animales».
Se sintió orgulloso de sí mismo por haber llegado a esta cota; nosotros estábamos sorprendidos y agradecidos. Nos explicó que por llevar buen ritmo se había atrevido a seguir, ya que podría hacer el recorrido de vuelta con luz del día.
Nos demoramos cinco horas exactas en recorrer los 9.58 km que nos separaban de Las Perdices y unos no despreciables 1.899 metros de desnivel. Luego de sacarnos las fotos de rigor con don Jesús, le entregamos las mochilas pequeñas que llevamos para que las dejara en la camioneta a su vuelta y agregamos algunas cosas que pensamos no usaríamos más.
También le pedimos que nos dejara en el campamento de Aguas Buenas nuestras zapatillas livianas para hacer el último tramo de bajada sin botas dobles.
Nos despedimos y nos quedamos solos en la montaña
Solos en el Mirador de Estrellas
No hubo otras expediciones en campamentos superiores mientras hacíamos nuestro intento. El Tupungato y sus alrededores nos observaron solitarios.
Armamos campamento en el mejor lugar que encontramos y antes de que se congelara el pequeño caudal de agua a nuestro lado, cargamos todas nuestras botellas y envases para la noche y el desayuno.
Eduardo planteó la idea de salir al otro día desde este punto hacia la cumbre, me resultó atractiva, pero preferí seguir el plan original.
Mis dolores de estómago seguían apremiándome y descansar fue clave, además de unas pastillas de carbón.
El lugar donde acampamos tiene una vista privilegiada hacia el Cerro Polleras (5.993 msnm), Nevado del Plomo (6.070 msnm), Nevado Juncal (5.966 msnm) y al Monte Aconcagua (6.962 msnm), entre otras grandes cumbres que ofrece el sector.
Vimos el atardecer afuera de la carpa hasta que el frío nos invitó a resguardarnos en nuestros sacos.
Hacia el campamento alto
Decidimos levantarnos más tarde al día siguiente porque que estimamos que el desplazamiento hacia el campamento alto sería corto.
La mañana estuvo bastante helada y el termómetro marcó -5°C a las 8:00 am, lo que fue una invitación a permanecer en el interior de nuestros sacos por un par de horas más. Cuando el sol llegó a nuestra carpa, decidimos salir a preparar las mochilas.
Apartamos en una bolsa seca algo de comida y gas. Dejamos atrás estos ítems y los cubrimos con piedras para utilizarlos a nuestro regreso.
Ya con la carga lista y con un día completamente despejado, emprendimos marcha por un camino marcado y pronunciada inclinación hacia el campamento alto, cercano a los 5.800 msnm.
El último campamento
Luego de solo una hora y media de caminata llegamos al campamento alto y sus 5.800 msnm. Si bien existió la posibilidad de continuar y ganar algunos metros extra, decidimos quedarnos ahí: una planicie rodeada de grandes rocas por todos los flancos. Preparamos la carpa y cocinamos adentro ya que el viento congelaba.
No divisamos cursos de agua en las cercanías, así que derretimos nieve para llenar todos nuestros recipientes antes de comer un clásico menú de montaña: ravioles con salsa y sopa.
Pasamos esa tarde descansando, conversando y rememorando historias pasadas con canciones de los 80’s de fondo.
Hubo tiempo para una siesta antes de comenzar a preparar lo que llevaríamos al día siguiente.
Camino a la cumbre
Nos despertamos a las 3:00 de la madrugada. El termómetro marcó -12° al interior de la carpa, así que intuimos que afuera el frío sería extremo. El viento se sintió bravo.
Tomamos desayuno rápidamente, -pan con queso, mermelada y té- mientras el agua para los termos comenzaba a hervir.
Salimos una hora y media después de despertarnos y emprendimos marcha con chaquetas de plumas puestas y pestañas congeladas por el frío. Mantuvimos el ritmo para no perder el calor. Llegamos rápidamente a la zona donde comienza el tramo de hielo, que es el acceso a la canaleta.
Nos pusimos los crampones y aprovechamos de tomar algo de té, mientras observábamos los primeros rayos de la luz que se asomaban en la cara sur del Aconcagua. Luego de atravesar la lengua de hielo llegamos a una parte de roca donde nos costó encontrar el camino. No vimos señales por ningún lado.
El instinto nos llevó en dirección a la entrada de la canaleta, que encontramos con bastante nieve blanda y que nos forzó a realizar un ascenso lento y riesgoso. En algunos tramos distinguimos camino, lo que nos permitió avanzar eventualmente más rápido.
Terminado el paso de la canaleta disfrutamos de un poco más de té, ya que el frío fue implacable en esas primeras horas de la mañana. Revisamos la ruta en nuestro GPS y nos dimos cuenta de que nos quedaba poca distancia.
El tiempo estaba a nuestro favor.
El tramo final hacia la cumbre
El camino es evidente y no representa un gran obstáculo más allá de la altura. A lo lejos divisamos la cumbre. La distancia fue mayor a la que pensamos, pero no nos desanimamos.
Pasamos la barrera de los 6.500 msnm, y nos encontramos con la estación meteorológica más alta del hemisferio sur y occidental, instalada por la iniciativa Perpetual Planet, en lo que fue una expedición organizada por la National Geographic Society con el apoyo de Rolex.
Lamentablemente, estaba en ruinas. Estábamos apremiados por el tiempo, así que no nos acercamos, pero verla en el suelo fue algo confuso, ya que recientemente habíamos leído sobre esta iniciativa.
La antecumbre
El camino después de la malograda estación meteorológica está bien marcado, por lo que es imposible perderse.
Llegamos a una antecumbre donde, por razones que desconocemos, se encuentra una caja de testimonios del Club Andino de Rancagua, a pesar de que evidentemente la ruta no culmina en este lugar.
Muchas expediciones se conforman con llegar hasta ahí, los 6.565 msnm, y dan por finalizado el ascenso sin alcanzar la cumbre.
Desde este lugar es indiscutible que existe un punto más alto hacia el sur por lo que no debiesen existir dudas por parte de los montañistas y no hay explicación lógica para terminar la travesía en este lugar proclamando un logro inexistente.
Tomamos un descanso y contemplamos la majestuosa vista que este gigante ofrece antes de continuar hacia la cumbre.
Último esfuerzo
La diferencia de altura entre la falsa cumbre y la cumbre son solo son 5 metros, pero en realidad desde este punto restan todavía alrededor de 30 a 40 minutos hasta la máxima altura del Tupungato.
Sin duda, este pequeño tramo demanda un esfuerzo físico considerable, que en condiciones de hipoxia y sumado al cansancio acumulado de varios días de ascenso lo hacen sencillamente agotador.
La gran cumbre del volcán Tupungato
¡Esa es la cumbre! – me gritó con alegría Eduardo- , esbozando una sonrisa cautelosa. Ambos sabíamos que en esos escasos metros aún la expedición podría no cumplir su objetivo. ¡Primero caminar, luego celebrar!
El día estaba soleado, solo algunas nubes teñían el cielo. Todo lo que se veía era inmenso y conmovedor. Llegamos a la cumbre tras casi cinco horas de caminata. El último tramo nos desafió con nieve muy blanda, por lo que fue un paso muy desgastante.
Nos dimos un abrazo, tomamos muchas fotos y grabé un par de videos para inmortalizar el momento. Eduardo envió mensajes a sus hijos desde su GPS y yo hice lo mismo con los amigos que siguen nuestra expedición desde Santiago.
Observamos los cerros que están a nuestro alrededor: resaltan el Tupungatito y su inagotable fumarola, y por supuesto, el Aconcagua, que sentimos nos extendió una nueva invitación a su cumbre.
Nos rodeaba un ambiente frío, las nubes llegaron con algo de viento que levantó polvo de nieve que dejó huellas blanquecinas en nuestras caras. Emprendimos nuestro descenso luego de pasar 40 minutos en la gran cumbre del volcán Tupungato.
Comienza el descenso
De vuelta al campamento alto
Llegamos al campamento cerca de las 15:00 horas, con la alegría de haber alcanzado una de las cumbres de los Andes más deseadas por montañistas y aficionados a la altura, era un deseo latente por el cual trabajamos y esperamos pacientes; ahora ya era real y hasta el momento, todo iba sin novedades.
Desde aquí, nuestro plan fue descender en una sola jornada hasta el campamento de Aguas Buenas, ubicado a 2.700 msnm. Nos despertamos al día siguiente a las 7:00 am y para cuando dieron las 9:00 am nos encontrábamos de nuevo en marcha, tranquilos y contentos de haber logrado esta maravillosa cumbre que no muchos tienen el privilegio de conocer.
Paramos brevemente en el campamento de los 5.200 msnm, donde reacomodamos nuestra carga para sumar el peso de las cosas que dejamos dos días antes. Cuando llegamos a los 4.800 msnm, nos encontramos con tres personas, dos de ellos extranjeros, lo que quedó en evidencia cuando intentaron comunicarse con nosotros en un pausado inglés.
Nos preguntaron si habíamos logrado la cumbre y si había nieve para derretir. Respondimos sus inquietudes y continuamos nuestro descenso luego de darnos los buenos deseos mutuamente.
Río abajo
Los cursos de aguas que cruzamos en nuestro ascenso ahora se mostraban considerablemente más caudalosos. Tuvimos que atravesar de lado a lado los esteros en reiteradas ocasiones.
Eduardo usó sus crocks para estos efectos y en mi caso, me aventuré a saltar para evitar la incomodidad de sacarme las botas dobles en cada pasada.
Atardecer y cansancio
Decidimos no parar para almorzar y solo nos valimos de raciones de marchas para así llegar lo antes posible al campamento Aguas Buenas.
La noche nos alcanzó en la zona donde los arrieros tienen sus corrales. Llegamos cerca de las 23:00hrs, cansados y hambrientos.
Camino a casa
Después de nuestro primer gran día de descenso, nos despertamos a las 9:00 am y disfrutamos un desayuno que batió récords anteriores. Aprovechamos una zona donde los arrieros cocinan y ponen sus tachos con agua, ahí comimos hasta más no poder con la justificación de que era mejor eso que cargar nuevamente la comida.
Ordenamos por última vez nuestras mochilas y guardamos nuestras botas para continuar con zapatillas de trekking. Comenzamos el camino de vuelta.
Avanzamos a buen ritmo, sabiendo que sería el último esfuerzo. No paramos mucho, salvo al llegar a la zona de los Baños Azules, visita que habíamos dejado pendiente.
Baños Azules
Tal como lo habíamos prometido al inicio de nuestra expedición, pasamos finalmente a conocer los Baños Azules, por insistencia de Eduardo. Valió la pena.
Esta formación geológica en forma de pozones con aguas color esmeralda nos sorprendió por su belleza.
El paisaje donde se encuentran los Baños Azules es igualmente sobrecogedor. Es categóricamente una atracción por si misma que vale la penar conocer.
El cansancio acumulado y el calor del momento nos hicieron fantasear con la idea de haber tomado un baño de agua helada previo a continuar nuestro descenso, algo que evidentemente sabíamos no era posible por la fragilidad del ecosistema del lugar, pero la imaginación da para mucho y pude casi sentir la sensación refrescante del agua en mis pies.
La despedida
El entorno natural comienza a cambiar. Nos dimos cuenta de que estábamos en el último tramo; aumentó la vegetación y divisamos animales a lo lejos. Decidimos no almorzar y seguir avanzando a paso firme.
La imagen de unos churrascos chacareros nos movilizó con fuerzas y algo de ansiedad.
Ya muy cerca de la camioneta, encontramos el río muy crecido y en malas condiciones para cruzar. Un panorama bastante distinto al que encontramos en nuestra ida.
Agradecimos habernos quedado tres kilómetros antes y no haber intentado un mayor acercamiento en vehículo.
Finalmente llegamos a la camioneta. Felices y sin novedades, el júbilo nos invadió. Don Jesús había dejado nuestro equipo en la parte de atrás, como había sido pactado.
Empacamos y raudamente nos dirigimos hacia la entrada de la hidroeléctrica en el Alfalfal. Disfrutamos del camino de vuelta y apenas recuperamos señal, Eduardo llamó a nuestra picada de la zona para alistar nuestros anhelados y merecidos churrascos.
Luego de comer a destajo nos fuimos a Santiago, cansados pero muy felices de tener una nueva aventura en la memoria y de haber cerrado la temporada de alta montaña con el +6.500 más austral del mundo y, por cierto, la altura más sobresaliente de la región.
Sin duda la montaña ha sido una gran escuela de vida para nosotros y esta vez no fue la excepción. No comulgo con la idea de conquistar cumbres o cosechar hazañas, sino con la emoción de sentirse afectado por las vivencias que la montaña ofrece.
Solo espero que lo que dejamos atrás no sea más grande de lo que tenemos por delante.
Hernán Núñez Cristi es Líder del proyecto Chile6Miles (@chile6miles www.chile6miles.cl) y deportista Andesgear. Ha dividido los últimos años entre su labor profesional como ingeniero en una consultora internacional y la exploración de la cordillera de los Andes. Además de la práctica del montañismo como deporte, ha desarrollado un particular interés por su documentación y difusión.